Tuesday, October 19, 2010

Solcito de Invierno…

Salimos de Littelton, Nueva Zelanda navegando para el oeste. No es que me la quiera dar de experto en temas navegacionales, pero el asunto me gusta, que salgamos para el oeste, no lo de pilotear. Es que como estoy en la popa me da el Solcito de frente… con lo que me voy a pegar una linda bronceadita en la cara. Solo en la cara, por que los kiwis (los nacidos en Nueva Zelanda, no los frutos marrones de pelusa dura ni esos pájaros raros que no vuelan) no se dieron cuenta que es primavera, y sigue haciendo frio, así sigo emponchado con lo que encuentro, que no es mucho… Hoy baje puerto, y me encontré con varios de los habitantes y les dije que era primavera, que podían ajustar el clima para ponerlo de acuerdo a lo que tenemos en todo el hemisferio, pero no me hicieron caso, sigue haciendo frio. Y me dijeron algo de un terremoto que tuvieron hace unos días, así que eso confirma mi teoría de que estos tipos están todos locos, si hasta el piso se les mueve, es más, hasta me dijeron que hubo unos temblores colaterales hoy, pero yo no los sentí. Sera que llevo tanto tiempo arriba de los barcos que el que se me mueva el piso no es novedad.
Es que llevo navegados varios de los mares mas movidos del planeta. He cruzado varias veces el Pacifico, por el norte, a lo largo de las Islas Aleutianas yendo desde Alaska a Asia, también por el sur, desde la costa de California hasta Australia. He esquivado tormentas en el Mar Amarillo, en la China (de amarillo no le vi nada, salvo los chinitos en las barcas de pesca, y tampoco eran tantos ni tan amarillos como para teñir el agua) He pasado varias veces por el Mar de Tasmania, mundialmente conocido por sus aguas diabólicas y puedo decir con orgullo que el único que ha logrado vaciarme el sistema digestivo a contramano fue el Pacifico, bajando desde Alaska a San Francisco frente a las costas del estado de Oregon, pero tengo atenuantes, tenía una resaca de Padre y Señor Nuestro por la Fiesta de Graduación como Bartender en la que se me dio por hacer shots de whisky barato, y a la mañana siguiente, tras que tenía un dolor de cabeza atroz, una ligereza de intestinos memorable y un humor de perros se me dio por desayunar omelette con panceta frita y porotos… tras lo que me mandaron a trabajar al bar que está más alto en todo el barco, y que este se movía como una coctelera culpa de una corriente tropical caprichosa que tenía ganas de ir hacia el norte, y nosotros navegándola a contrapelo. Como para no dejar el desayuno en la pileta del bar, con las pastillas anti mareos incluidas sin llegar a digerirlas. Pero bueno, en esos momentos yo no tenía tantas millas marinas como ahora, era mi primer crucera, de mi primer contrato… Ahora, el que en los últimos tiempos me puso en aprietos feos fue el Rio de la Plata. Que jodida que me las vi, arriba de ese catamarán, esa mañana de sudestada yendo de Buenos Aires a Colonia en ese corcho doble quilla de la Colonia Express. Es que convengamos, después de las aguas movedizas por las que he navegado y salido con el estomago manejando el trafico en el sentido correcto me fui a dar de marino avezado y me senté en el primer asiento, delante de todo, como para ver por dónde vamos y si hace falta pegar un grito a los del puente para que no se choquen con la Isla Martin García, si hiciera falta. Y miraba a mis alrededores como algunos pasajeros ya empezaban a girar Notas de Crédito dentro de las bolsitas de papel que el Marinero repartía prestamente para evitarse el tener que limpiar la cubierta después (que cubierta les decimos nosotros los marinos al piso, aunque este al aire libre) porque aunque nosotros los marinos sabemos que la parte que más se mueve del barco es la proa, o sea el frente, yo me senté allá igual, porque soy marino, y ese era solo un viajecito corto de poco más de una hora. Y que me podía hacer a mí un viajecito de una hora en un botecito de esos, que ni califica para anotarlo como millas navegadas. Y miraba con compasión y hasta un poco de desdén a esas pobres criaturas terrestres que no estaban acostumbradas a manejarse en los medios líquidos como uno… y hacia bromas con el Marinero respecto de las Montañas Rusas… hasta que me empezó a correr un sudor frio por la espalda y los brazos, y la boca se me llenaba de saliva, y el estomago empezaba a latir haciéndome prever la llegada del café con leche con medialunas a la boca, pero desde adentro… pero llegamos, y amarramos, y me baje de ese Samba Flotante, que debería haberse quedado en el Italpark. Y nunca más le volví a faltar el respeto al Rio de la Plata con Sudestada, que casi me hace dejar las tripas vacías y la boca acida.

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